En mi búsqueda por liberarme del rencor que le tenía a mi amiga S (más sobre eso en mi boletín anterior), me leí El libro del perdón, escrito por el arzobispo sudafricano Desmond Tutu.
La misma semana que comencé a leerlo le conté a Ana, mi terapeuta, que estaba muy conmovida por las anécdotas del libro. ¿Cómo es que esas personas perdonaron cosas tan horribles? Yo quería ser como ellas, pero en esa misma sesión le solté una frase así como que quería destruir a mis enemigos con el fuego de mi furia.
“Menos mal estás leyendo El libro del perdón”, me respondió Ana con sarcasmo mientras me sacaba un espejo para viera el maquillaje payaso que llevaba en mi cara. Yo estaba buscando perdonar, pero no porque me sintiera lista para hacerlo, sino porque era lo más loable. Pésima estrategia.
Para Lucy Allais, una filósofa que se ha dedicado a estudiar el perdón y el castigo, perdonar no es obligatorio para seguir adelante.
A Lucy la escuché en el podcast que les recomiendo esta semana: The Gray Area, en el episodio se llama Los Límites del perdón.
Lucy, que —como Desmond Tutu— es sudafricana, comenzó la entrevista hablando de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, un organismo creado para reparar las terribles consecuencias del apartheid y promover la reconciliación nacional.
En principio, la comisión era una iniciativa que buscaba sacar a la luz las violaciones a los derechos humanos y cimentar la amnistía. Pero Desmond Tutu, con su visión cristiana, acabó poniendo el perdón en el centro de la discusión… y las consecuencias fueron catastróficas. Las víctimas contaban haber vivido las peores atrocidades imaginables y, al final de sus relatos, uno de los comisionados les preguntaba: '¿Y perdonas?'. La presión moral era completamente inapropiada e injusta.
La religión, los hippies y los buenistas han hecho que el perdón sea problemático. Lo han embarrado con moralidad. Le tienen miedo a la ira y al resentimiento, pero no hay que olvidar que el enojo es una herramienta diseñada por la evolución para protegernos.
Apartando la basura de la que lo hemos rodeado, el perdón es simplemente un cambio emocional, un cambio de corazón sobre cómo te sientes hacia quien te hirió. No tiene que involucrar a la otra persona, ni requiere un discurso sentido y un abrazo. Puedes perdonar a alguien incluso si ya murió. Porque perdonar es, ante todo, modificar tu orientación emocional hacia esa persona, por razones espirituales o por higiene mental.
¿Cómo se balancea el perdón y el enojo?
Hay que reconocer que a veces nuestra ira es desproporcionada, porque quizás no tenemos todos los hechos, o porque nuestro dolor nos nubla el juicio. No olvidemos que el enojo apaga las partes del cerebro que nos ayudan a pensar con complejidad.
En este sentido, la reflexión que Sean Illing lanza a la mitad del episodio de Los límites del perdón es muy útil:
“En algún nivel, todos somos criaturas un poco ridículas, complicadas y contradictorias. Naturalmente asumimos lo mejor de nosotros y lo peor de nuestros oponentes. Es importante tener presente esa inclinación. Hay injusticias verdaderamente terribles, como el apartheid, pero también muchas situaciones donde no está claro quién tiene razón. Es complicado. Y debemos tener cuidado con estar demasiado seguros de nuestras creencias”.
El perdón como necesidad política
Lucy, que viene de un país marcado por los horrores del odio, reflexiona sobre el papel que tiene la reconciliación:
“Normalmente no pensamos en el perdón como una virtud política. Pero creo que no odiar a las personas es políticamente importante. Yo crecí en Sudáfrica durante el apartheid. El apartheid fue una atrocidad, una de las injusticias más terribles del siglo XX.
Yo crecí en la Sudáfrica blanca. Todos lo apoyaban. Bueno, la mayoría del electorado blanco votó por el partido del apartheid.
¿Eran todas esas personas malvadas? No me resulta tan obvio. Tenía una tía abuela que votó por ese gobierno casi toda su vida. Era cálida, alegre, afectuosa. Vivía en una comunidad agrícola conservadora. Y sin embargo, apoyó ese mal.
Es complicado. Uno quiere pensar que no era malvada, pero apoyaba algo que sí lo era. Puedes decir que fue adoctrinada, que había censura, que el sistema educativo estaba controlado. Eso te ayuda a entenderlo.
Pero eso no la justifica. Sabías que las personas negras no podían votar. Que iban a escuelas peores. Que no podían ir a las mismas playas. No podías no saberlo. Y aunque haya excusas, no te exculpan por completo. Alguien que de verdad lo piensa, puede ver más allá de eso”.
Como humanos, necesitamos vernos como personas básicamente buenas. Y cuando hacemos algo injustificable, tenemos una fuerte tendencia a autoengañarnos, a racionalizarlo, a envolvernos en ideologías que nos hacen sentir con derecho. Y eso no se rompe diciéndole a alguien: “eres terrible”.
Para que las personas cambien, necesitan una vía para retroceder. Necesitan poder echarse para atrás. Y nosotros, como sociedad, tenemos que estar dispuestos a aceptar ese retroceso.
Obviamente, no todos son como la tía abuela de Lucy. Hay personas que quieren un mundo donde reine la injusticia, personas que odian con plena consciencia de lo que hacen y que usan su poder para establecer su reinado de mierda. A esos individuos no se les ofrece perdón, primero hay que derrotarlos… Y tal vez, TAL VEZ, podamos perdonarlos después.
Dibujando los límites
La plática entre Sean y Lucy acaba siendo más sobre los límites de la empatía que sobre los límites del perdón. La conclusión es que no hay fórmulas mágicas para saber cuándo perdonar, cuándo dejar que te resbale y cuándo alimentar la furia.
Lucy, que ha estudiado este tema por años, se esfuerza por ver a la gente con algo de gracia, con optimismo. Aunque le cueste mucho, intenta no perder de vista el contexto en el que se generan las acciones de las personas, porque hay quien quiere herirnos y quien solo está siendo torpe o ignorante.
La experta en perdón y castigo dice que también podemos darnos un break si estamos batallando con una ofensa. Porque querer que alguien reconozca el daño que causó, que entienda cómo te hirió, no es algo terrible de desear. Quedará en cada quien decidir si ese otro tiene la capacidad para reparar… o si es mejor perdonarlo en silencio. Como a los muertos.
Gracias por esto Andre! Justo hoy conversaba con mi Psicóloga sobre lo difícil que se me está haciendo perdonar a alguien, le pregunté si eso tomaba demasiado tiempo y me dijo, te tomará el tiempo que sea necesario. Un abrazo 🩷
En silencio. Cómo a los muertos.... Que fuerte.